....Dios no me ha brindando aun la dicha de ser padre... Solo me ha regalado una miriada de hijos postizos, incluyendo una malcriada de tres años que de tiempo en tiempo se acuerda y me llama, conmoviendome con su vocecita dulce cuando me dice "papi...!!"
Tal vez por eso cuando veo un niño me enternezco, me llega al alma... Y cuando uno fallece, me parece que una estrella se apago en el cielo.. o tal vez se encendio.. Nosotros, pobres humanos, solo podemos ver una pequeña parte del drama de un alma y no sabemos si esa muerte fue significante para el niño o para los adultos que acusan severamente el golpe...
La muerte de la hija de la modelo argentina Carolina Ardohain de 6 años me llego como un balde de agua fria.. como?? cuando?? porque???
Pero mas me enternecio la carta que escribio el poeta chileno Christian Warnken a los dolidos padres; conocedor profundo el poeta de ese dolor porque El tambien perdio un hijo de tres años en un accidente domestico..
Y me calo muy hondo; es imposible que yo pueda llegar siquiera a comprender lo que debe doler eso pero a traves de esta carta creo que puedo imaginarlo...
Con ustedes, la carta de un padre herido a otro que sufre por lo mismo...
"Blanca Vicuña Ardohain: los niños vienen al mundo para hacernos
preguntas que no podemos contestar. Una de las tempranas señales claras
de que la primera infancia está llegando a su fin, se da cuando nuestros
niños comienzan a hacernos preguntas que ya podemos responder
fácilmente sin quedarnos con esa sensación tan incómoda de que nuestras
respuestas son predecibles, obvias o ramplonas.
Debiéramos registrar en una bitácora las primeras preguntas de nuestros
hijos, esas preguntas locas, a las que uno puede constantemente volver,
cuando nuestra existencia corre el riesgo de volverse opaca y banal.
Esas preguntas insólitas y vivas, que nuestros niños más pequeños nos
han hecho en los momentos más inesperados, muchas veces nos salvan.
Nos salvan porque nos vuelven a poner en contacto con el asombro, ese
estado originario del hombre. Sin asombro, sin extrañeza empezamos a
darles la espalda a los amaneceres, los atardeceres, a la novedad que
está en todo lo que somos y nos rodea, pero que se nos ha vuelto
rutinario y sin resplandor alguno. Los niños nos hacen ver el rostro de
nuestra amada de nuevo, los niños nos hacen recordar los nombres propios
de los pájaros de nuestro jardín, los niños nos hacen tirarnos de
espaldas en el pasto en la noche para mirar el cielo por lo menos una
vez al mes.
Hay preguntas de los niños muy difíciles de contestar, sobre todo si
queremos ser honestos con nosotros mismos y con ellos, y no simplemente
contestar por contestar. Son preguntas que siempre serán infinitamente
superiores a nuestras respuestas. Sí, las preguntas que nos hacen
nuestros niños son muchas veces difíciles o imposibles de contestar,
pero constituyen un regalo porque nos desinstalan de nuestras cómodas y
estériles certezas, y nos abren un cielo de dudas y perplejidades que
hacen que esta vida merezca la pena de ser vivida, y no "sobrevivida".
Pero hay una pregunta que es la más difícil de todas, la más dura, la
más radical de todas: y es la que a veces nos hacen ciertos niños al
partir antes que nosotros de esta tierra. Esa pregunta sí que no tiene
respuesta, esa pregunta es un hoyo negro en nuestro costado, un hoyo
negro más vasto y vertiginoso que los hoyos negros del cosmos. Esos
niños son de la raza de El Principito, que dejó solo al aviador en pleno
desierto, sin haberle advertido nunca que se iría para siempre. No
hubiéramos esperado eso de nuestros niños: que nos dejaran al descampado
con una pregunta que quema, que duele, que clama al cielo. Entonces
miramos alrededor nuestro buscando responderla, y todos nos ofrecen
respuestas hechas, y nos pasamos rápidamente al bando de los niños
desilusionados de las respuestas muertas.
Y ahí comienza el milagro: que la ausencia de nuestros niños nos hace
niños otra vez. Tenemos que nacer de nuevo, de golpe. Desde el dolor de
no poder contestar. Tal vez esos niños y niñas vinieron a la tierra para
que comenzáramos a llenarnos de preguntas imposibles. Preguntas que tal
vez lograremos contestar cuando nuestro corazón se haga niño, pero ése
es el órgano que más demora en volver a nacer. ¡Ahí nos damos recién
cuenta de lo duro que se ha vuelto nuestro corazón!
Nuestros niños que partieron antes tienen que tenernos paciencia,
tienen que esperarnos hasta que lleguemos al punto del misterio donde
están ellos. Y digo misterio, no digo verdad. Los niños son del
misterio, no de la verdad.
Pero, ¿podremos desaprender tanto que nos llenemos un día, sin darnos
cuenta, de preguntas nuevas y limpias, como un árbol se llena
súbitamente de pájaros? Yo tengo la esperanza de que eso ocurrirá,
porque hay un dolor que también es luz. Es la estela de luz que dejan
tras de sí los niños que partieron, niños cometas, niños estrellas
fugaces. Es la única luz que puede iluminarnos cuando las preguntas
angustiosas se agolpan dentro nuestro y no nos dejan dormir. Y esa luz
es una luz sin porqué, una luz sin cuándo, una luz sin cómo, una luz tan
blanca..."
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